Cuando
Ricardo López se dio cuenta una madrugada después de una gran fiesta, se encontró
en la oficina de su padre convertido en un rata peluda. Estaba sobre la mesa de
vidrio en dos patas, al levantar el hocico vio unos grandes dientes blancos
sobre la cual apenas podía caber su diminuto cuerpo. Sus muchos bigotes, ridículamente
largos en comparación con en resto de sus extremidades, se movían ante su
reflejo.
<En
que me he convertido > pensó.
No
era una ilusión, todo era verdad.
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